martes, 12 de junio de 2007

LAS TRIBUS PERDIDAS DE ISRAEL

En 1524 un judío llamado David Reubéni se presentó ante el papa Clemente VII y el rey de Portugal para tratar de convencerles de que su hermano era el monarca de una de las tribus perdidas de Israel que se hallaba en Asia. Lo que pretendía era buscar una alianza con los reinos cristianos y así poder luchar contra los musulmanes. El desdichado pagó cara su iniciativa: fue quemado en la hoguera por la Inquisición.
Fue uno de los muchos que han asegurado tener la verdad de lo que ocurrió con las diez tribus de Israel, de las que no se tiene constancia desde los tiempos bíblicos.
Jacob tuvo doce hijos, que con el tiempo se convirtieron en los líderes de otras tantas tribus que se repartieron por Israel. Diez tribus en el norte (Rubén, Simeón, Levi, Isacar, Zabulón, Dan, Neftalí, Gad, Aser y José) y dos tribus en el sur del territorio (Judá y Benjamín) que formaba el reino de Judá, con Jerusalén como capital. Diez de ellas desaparecerían sin dejar rastro tras la deportación del general asirio Salmansar V en el año 740 a.C. Salmansar invadió Israel y se apoderó de la capital samaria (durante el reinado de Osaeas). Durante el mandato de su sucesor, Sargón II, el antiguo reino septentrional se convirtió en provincia asiria y deportó a la región del norte del Éufrates a veintisiete mil miembros de la clase alta de Israel.
El historiador Flavio Josefo (Antigüedades judías, tomo IX) relata que en el 722 antes de nuestra era, diez tribus del norte de Israel fueron llevadas más allá del Gran Río (el Éufrates).
Adónde fueron a parar realmente? Unos pocos datos se encuentran en el II Libro de los Reyes, donde se refiere que las diez tribus fueron llevadas a Asiria, a las ciudades de los pueblos medos, en los márgenes del río Tigris. Estas tribus se olvidan de los estatutos y mandamientos que Yahvé les dio, y se dedican a las adivinaciones y agüeros. Es un exilio que dura muchos años, tantos que los cronistas de la Biblia se olvidan de ellas.
Andreas Faber-Kaiser (Jesús vivió y murió en Cachemira, 1976) recoge numerosas leyendas que dicen que Jesús sobrevive a la crucifixión, sale de Jerusalén y se dirige con su madre, María, y Tomás a la India buscando las diez tribus perdidas que se creían diseminadas por las comarcas de Afganistán y Cachemira.
Un libro apócrifo (Apocalipsis de Ezra o Esdras II) escrito en griego hacia el año 100 d.C. cuenta como un ángel revela al cronista que las diez tribus, tras haber sido trasladada al otro lado del Éufrates, decidieron emigrar hacia una región “más apartada donde nunca habitó el género humano y que, al cabo de año y medio de camino, llegaron a Asrareth, donde fijaron residencia”.
En el siglo X d.C. un tal Eldad Ben Mahli apareció en Kairuan (Túnez) anunciando que procedía de un reino judío de Etiopía y que allí se encontraban cuatro de esas tribus. Pero en esta época medieval era difícil comprobar esta clase de asertos, sin embargo, quedó la leyenda consoladora de ese “reino oriental”. De vez en cuando estos rumores eran avivados por viajeros y aventureros. Un viajero judío de origen español, llamado Benjamín de Tudela, presentó en Alemania un informe sobre las comunidades judías existentes en el Oriente más próximo, en Persia y en tierras limítrofes.
A raíz de unas cartas que manda un rey cristiano que se hace llamar Preste Juan en el siglo XIII y que habla de un territorio situado en Oriente capaz de albergar todas las maravillas, muchos pensaron que en aquel misterioso lugar tenían que estar esas tribus perdidas.
Todas las esperanzas estaban depositadas en Asia, incluso en los territorios míticos de Shambala y Agartha. Luego en la desconocida África y, más tarde América. Para el obispo de Landa los indígenas americanos eran los auténticos descendiente de los hebreos perdidos. El judío portugués Antonio de Montesinos relató que se había encontrado en Perú con algunas personas que decían ser descendientes de la tribu perdida de Rubén. El fraile Diego Durán tampoco tuvo dudas acerca del origen hebreo de los nativos de la Nueva España. El asunto era atractivo para los teólogos e incluso para los lingüistas, pues más de uno vio en algunos de los idiomas de América una deformación corrompida del hebreo. El lingüista francés Henry Onnfroy de Thouron defendía que el quechua de los pueblos andinos y el tupi de los nativos brasileños eran de origen hebreo-fenicio. El explorador alemán Waldek decía que los toltecas podrían ser los descendientes de las tribus israelitas.
Los mormones, con Joseph Smith, consideraban a los indios americanos como descendientes de los judíos emigrados de Jerusalén en la época de Zequedías, aunque éstos no pertenecieron a las diez tribus de Israel.
Lo más extraño es que alguien quisiera encontrarlas en el interior de la Tierra Hueca (el capitán J.C. Symmes) y otros en Europa. En 1649 el británico John Saddler dice que los habitantes de las islas Británicas eran los legítimos descendientes de esas diez tribus perdidas. Richard Brothers reconstruyó el itinerario: se convierten en escitas, cruzaron el Cáucaso, costearon el mar Negro y recalaron en Alemania. Allí se transformaron en los sajones y adoptaron una nueva lengua. Más tarde se marcharían hacia las islas Británicas.
Otra teoría planteaba si el pueblo cíngaro no sería una de las tribus perdidas. La semejanza del éxodo de los dos pueblos les hace pensar que estos últimos pueden ser una de esas tribus.
Seamos sensatos. El destino final de esas tribus se ha ido diluyendo con el devenir de los tiempos y con las gentes de los países que han ido recorriendo. Tal como dice la Biblia, los dispersaron por el norte de Asiria, mezclándolos con otros pueblos cautivos, mientras servían como esclavos. Dejar que siguieran existiendo como tribus hubiera sido un error estratégico y lo más lógico es que se mezclaran con la población local hasta desaparecer como pueblo.

CEBRIÁN, Juan Antonio, CARDEÑOSA, Bruno, CANALES, Carlos y CALLEJO, Jesús, Enigma. De las pirámides al asesinato de Kennedy, Temas de Hoy, Madrid, 2006.